domingo, 20 de noviembre de 2011

Días de libre disposición.


En su día, me perdí irreparablemente los días de nupcialidad. Me refiero al permiso que la providencia estatal, de la cual dependía y dependo, concede a aquellos de sus empleados que van a contraer nupcias. Yo no sabía que aquella benignidad existiese. Y ¿cómo lo había de saber si era poco más de un mozalbete que se casaba por amor? No acudí, por tanto, a ningún sindicato ni de clase, ni amarillo, ni horizontal, ni vertical ni llamé, a través de operadora, a ninguna oficina ministerial y espesa para que me informasen. Bastante tenía con llamar, con toques de nudillo comedidos, a la ventana de la que ahora es mi mujer, ventana debajo de la cual aun salía la toma de tierra del telégrafo. Pero ésto de la toma de tierra y sus colaterales es un detalle harto importante que merecerá su propio post cuando convenga. Baste por ahora repetir que perdí irreparablemente los días de nupcialidad.
Es cierto que la culpa no es totalmente mía sino que en la comisión del delito participaron buenos amigos. Digo que, en la ignorancia de que existían quince días de permiso para el evento boda, decidí solicitar mi mes de vacaciones reglamentarias. Me dirigí al Ayuntamiento de mi pueblo, donde los amigos actuaban, para que me mecanografiasen la proverbial instancia. Y uno de ellos, ya desgraciadamente muerto, me aconsejó: “¡Pon que te vas a casar!”. “Hombre, mire usted, no hay que poner éso porque me corresponde un mes de vacaciones y no tengo que dar explicaciones”. “Pues tu pon que te vas a casar porque si no, no te las dan”. “Pero ¿cómo no me las van a dar si es mi mes de vacaciones?”. Así las cosas y pensando inocentemente que no tenía nada que perder accedí y, entre todos, redactamos una tan bonita como emotiva instancia en la que rogaba a la superioridad correspondiente que tuviera a bien concederme un mes de vacaciones para ir a casarme con objeto de formar un hogar y recibir los hijos que me mandase Dios para el engrandecimiento de la Patria. Pero, el día antes de partir hacía Salamanca en el traqueteante 2 CV, llegó quien me había de sustituir que resultó ser el también amigo Luis Jesús, compañero de Facultad aunque de un curso posterior, quien, en la convidada de la barra de bar me comentó: “Me han dicho en Sanidad que a ver si se te va a ocurrir luego pedir los quince días de nupcialidad”. Pero yo oí aquello como zumbido de moscas y me limité a pedir otra ronda.



Ahora, más viejo, más miserable y mezquino, casado ya para siempre y curtidamente condecorado con muchos trienios, rememoro con un crujido de dientes aquella pérdida tan inmensamente notoria y convengo conmigo mismo en que la sociedad en general y mi empresa en particular tienen una enorme deuda que pagarme. Así que, con total tranquilidad de conciencia, me tomo los días de libre disposición que, en venganza, me corresponden. Tampoco ahora acudo a sindicato alguno. Me limito a mirar una planilla, sabiamente dispuesta en el tablón de anuncios, por el Coordinador del Centro de Salud que es mi superior inmediato.  Sabidos los días de que dispongo y mediante un programa informático, solicito uno y otro más. Es de admirar la grandísima lista que se despliega cuando activas donde dice “Tipo de permiso deseado”. Supongo que allí vendrá también “Nupcialidad” pero no quiero ni mirarlo para no volver al rechinar de dientes. Aprendida la lección, ni que decir tiene que, en el apartado “Observaciones” no hago constar nada, ni que me voy a casar ni que tengo que acudir a un evento, sea boda, bautizo o comunión. Los días son míos, me los deben con creces y punto.
Sé que estas mejoras, estos logros, estos disfrutes y estos devengos, son el último eslabón de la lucha de idealistas, soñadores y entusiastas. Pero ¿quién piensa ahora en ellos cuando ya sobre sus cenizas se sientan acomodados oficinistas? Yo aporté mi grano de arena a la lucha al perder mi permiso de nupcialidad y con éso basta. Así que en los días de libre disposición, si no hay que acudir a parte alguna, me dedico a pasear por la ciudad, a tomar café tranquilamente o a comprar vino y aceitunas rellenas en el supermercado de “El Corte Inglés”, ésto es, a no hacer nada práctico.
Y a propósito de lo práctico ¿qué he oído de unos sobres que había que utilizar hoy?

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