domingo, 13 de enero de 2013

Cualquier cosa.


Le hemos dado a este blog unas vacaciones navideñas para que aprovechase las mañanas domingueras y soleadas en las que abrían El Corte Inglés y las tiendas y, hace una semana justa, se dedicase a compartir con la familia los regalos que le trajeron de Oriente, o tal vez de Tartessos, los Reyes Magos. En estos detalles geográficos es mejor no entrar y basta con tener deseos económicos, sencillas ilusiones, dejar los zapatos y esperar. Pero hoy comprendo que es obligado escribir cualquier cosa. Además me lo pide el cuerpo, el cuerpo que no la mente (si es que la mente no es cuerpo) y lo exterioriza con un peculiar nerviosismo en los dedos llamados a teclear.

Encima de las mesas de lo que podríamos considerar la sala de recibir de mis enfermos mayores, suele haber cualquier cosa, frecuentemente sobre una paño circular de crochet que nos retrotrae a una época en la que las mujeres se dedicaban a sus labores. Hace pocos días, fui a ver a J. que estaba muy decaído y había vomitado un líquido amarillo y filante que me enseñaron en un gran barreño de plástico. Me llamó la atención que, encima de esta mesa ubicua y el habitual crochet, hubiese un cenicero porque me consta que no fuman ni él ni su mujer, un cenicero de los que aprovechan la pulsación de un pomo para producir el giro de la tapadera que hace caer la ceniza y la colilla a un inmenso depósito. Me enseñó a utilizarlos mi suegro Tomás que fue ferroviario de máquinas de vapor que le llevaban hasta la raya de Portugal, muy fumador y muy longevo. Por éso creo que el depósito debe ser inmenso, porque nunca vi a Tomás vaciar el suyo ni yo he tenido necesidad de hacerlo con el mío. En aquella casa suegral y hoy cuñadil, el cenicero ocupaba un lugar propio pero, en cambio, lo encontré ectópico en casa de J. Se trata de un matrimonio simpático y acogedor y quizás lo tuvieran, permisivamente, para las visitas. Pero posiblemente debí decirle a D., su mujer, que el cenicero, al igual que el salero, las vinagreras y los mondadientes, son hoy considerados objetos de mal gusto, que no es fino tenerlos a la vista y sólo deben salir a la luz si algún amigo impenitente e inconfeso los solicitase.

Porque en esas mesas y sobre el crochet, lo que suele haber es cualquier otra cosa, sobre todo fotografías enmarcadas y objetos bizarros y kitsch. También hay fotografías en las mesillas de noche. Los años y la práctica me permiten que, cuando me siento en el borde de la cama, pueda ver de reojo aquella imagen de la joven que hoy declina en los ruidos de mi fonendo. Precisamente, hace ya bastantes años, veía en las alacenas una botella de licor cuya etiqueta rezaba “Cualquier Cosa” que solía acompañar a otro llamado “Beso de Novia”, éste, sin duda, dulzón y empalagoso. Me malicio que el “Cualquier Cosa”  era lo que se sacaba para convidar a la visita que, a falta de deseo más concreto, pedía cualquier cosa para beber. “Pues aquí la tienes”, diría el anfitrión con una sonrisa de embromador. He tenido curiosidad de buscar por Internet información sobre estos dos licores hoy periclitados, como el "Calisay" o el "Cointreau" que se tomaba on the rock y se pronunciaba cuantró, y parece que ya son pieza de coleccionista. Debía de haber varias destilerías que los embotellasen con el mismo nombre y propio de Cataluña y el Levante porque nunca vi nada parecido por la Extremadura y la Sevilla de mi niñez y juventud. Tampoco me perdí nada.

Y algunas veces, en algún mueble anodino, veo algunos libros en los que está escrito cualquier cosa. O algunos discos en los que está grabada cualquier cosa. Recuerdo ahora una piscina de la sierra de Salamanca en la que, hace ya bastantes años, me bañé pasando frío aun en pleno verano. La regentaba una señora y un niño impertinente le estaba dando la lata porque se aburría. Entonces la señora le dio un libro y el niño le dijo que no le gustaba a lo que la mujer le contestó algo así cómo qué más te da lo que está escrito, el caso es leer. Se me quedó en la memoria la anécdota quizás porque el frío me hizo tan antipático el baño como el libro. En realidad, en la inmensa mayoría de los libros, está escrita cualquier cosa. En todas las bibliotecas de todo el Universo, solo hay cuatro buenos y ninguno lo he escrito yo aunque sí los he leído todos. Y solo hay cinco piezas musicales buenas y lo demás es un tostón. Son muy de agradecer, por tanto, los iTunes y los Spotify que te permiten ser legal y bajarte una sola canción porque el resto del elepé es anodino, soso o una mala repetición de la jugada.

Por éso, como el licor para visitas imprecisas, también me he permitido esta mañana de domingo escribir cualquier cosa, letras, palabras, para un mueble anodino o para dormir sobre un paño de crochet junto a fotos de bellezas pasadas o un cenicero que nunca se usa.

3 comentarios:

  1. Manuel: Si te contara las mesas, aseos, aromas, que nos encontramos el personal de enfermeria cuando a primera hora vamos a los domicilios a extraer muestras de sangre...como dice mi compañera Enriqueta lo que vemos a veces es mas fuerte que el "porno duro".
    Un abrazo.
    Javier Piqueres

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    1. Me lo imagino, Javier, pero algún día me lo cuentas. Siempre saco a relucir lo que llamo el "signo del edredón". Al abuel@ lo tienen que llevar a casa de algún hij@ y lo acomodan en la habitación de un niet@. Y allí te lo ves, metido en la cama de Ikea y cubierto esperpenticamente con un edredón azulón con dibujos de Pluto o de Bob Esponja. Este signo, por razones obvias, no aparece en los libros clásicos de Medicina pero, junto a la facies hipocrática y la respiración de Cheyne-Stokes, forma una triada tremendamente ominosa.
      Un abrazo.

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